Por Nicko Stea
En el marco del 46° Encuentro Provincial de Teatro, en la ciudad de Resistencia (Chaco) tuve la oportunidad de asistir a la obra El Hambre, producción del grupo Conmuta Teatro, con dramaturgia y dirección de Natalia Scarpin. Lejos de ofrecer una experiencia teatral convencional, la obra propone un viaje sensorial, psicológico y simbólico que mantiene al espectador en vilo desde el primer momento.
Desde que se encienden las primeras luces, El Hambre atrapa. Hay algo en el ritmo, en la cadencia de las palabras, en la presencia de los cuerpos que instala una tensión casi palpable. Esa sensación de inquietud, de peligro latente, recuerda al suspenso clásico cinematográfico —particularmente al de Alfred Hitchcock—, aunque aquí la tensión se construye a partir de la teatralidad: el espacio, la proximidad, la respiración compartida entre actores y público.
Scarpin maneja con maestría los tiempos dramáticos. No hay un segundo de más ni un silencio que no comunique. La acción avanza fragmentada, desordenada, como si la historia se resistiera a contarse de forma lineal. Y ese recurso —lejos de confundir— multiplica el interés. El espectador debe reconstruir la trama, completar los huecos, leer entre líneas.
El argumento parece sencillo: Silvia y César, dos hermanos, reciben la inesperada irrupción de Carmen en sus vidas. Sin embargo, nada es tan simple como parece. La llegada de ese tercer personaje altera un delicado equilibrio, expone heridas antiguas y revela deseos reprimidos. A medida que la trama avanza, lo que en un principio parecía una historia íntima se transforma en una experiencia inquietante, donde lo cotidiano se vuelve extraño y lo familiar, amenazante.
La obra interroga los límites del amor y del sacrificio. “A veces hay que hacer sacrificios por amor”, dice el texto, pero El Hambre se encarga de recordarnos que algunos sacrificios son tan profundos que terminan devorando a quien los realiza.
El diseño escenográfico y lumínico de la obra merece una mención aparte... Se crean atmósferas cambiantes, que acompañan y potencian el relato. La luz se convierte en un elemento narrativo más: ilumina lo que se quiere mostrar, pero también sugiere lo que se intenta ocultar.
El vestuario aporta otra capa de sentido. Lejos de ser un mero complemento, funciona como extensión de la psicología de los personajes. Los tonos, las texturas y los detalles contribuyen a construir un universo que oscila entre lo real y lo simbólico.
En cuanto a las actuaciones, el elenco compuesto por Laura Fernández Leyes, Paula Britez y Nicolás Mariano Rodríguez sostiene con gran solvencia el pulso de la obra. Cada uno logra una composición precisa, donde la verdad escénica surge del cuerpo, de la mirada y del gesto, más que del mero texto. La química entre ellos es tangible, y la dirección de actores acierta en lograr un equilibrio entre lo contenido y lo explosivo, entre lo íntimo y lo perturbador.
El texto de Scarpin se sostiene en una dramaturgia limpia, honesta y profundamente contemporánea. El Hambre no habla del hambre biológico, sino de un hambre existencial: la necesidad de llenar los vacíos con algo, aunque ese algo sea destructivo. Hambre de amor, de poder, de atención, de verdad.
Esa metáfora atraviesa toda la obra y se expande incluso más allá del escenario. Como espectadores, también sentimos hambre: de respuestas, de sentido, de certezas. Y cuando el telón cae, esa sensación persiste. El final —contundente pero abierto— nos deja una inquietud que no se disuelve fácilmente.
El Hambre es una pieza de teatro contemporáneo que no teme incomodar, que elige explorar las grietas de lo humano con una estética depurada y una narrativa envolvente. Es una propuesta que confirma el talento de Natalia Scarpin como creadora y directora, junto a Nicolas Fernández, y la madurez artística de un elenco que se entrega con valentía a un material exigente.
Al salir de la sala, uno no puede evitar reflexionar sobre el título. Porque sí, El Hambre no es solo una condición física: es el motor que nos mueve, la falta que nos empuja, el vacío que intentamos llenar —a veces con amor, a veces con mentira—.
Y quizás, lo más poderoso de esta obra sea justamente eso: que nos deja con hambre de más.
Ficha técnica:
- Dramaturgia y dirección: Natalia Scarpin
- Actúan: Laura Fernández Leyes, Paula Britez, Nicolás Mariano Rodríguez
- Asistencia de dirección: Nicolás Emmanuel Fernández
- Iluminación: Kamikaze Aquino
- Vestuario: Alejandra Escobar



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