El grupo Rosca, bajo la dirección del talentoso y provocador Ricar Mosca, celebra una década de existencia con una obra que no solo marca un hito en su recorrido, sino que también sacude y redefine los límites del teatro local: La Audición.
En estos diez años, Ricar ha logrado construir algo que pocos consiguen: una identidad propia, inconfundible, reconocible al instante. Su teatro está atravesado por la búsqueda de la verdad actoral, despojada de ornamentos, donde lo visceral y lo humano se imponen sobre cualquier artificio. Esa apuesta se respira en cada minuto de La Audición, donde el espectador no asiste a una mera representación, sino que se convierte en cómplice y testigo de una experiencia intensa, casi física.
Cuatro actores excepcionales sostienen la obra con un compromiso absoluto. Sus cuerpos son tan elocuentes como sus voces; cada movimiento, cada pausa, cada respiración transmite el peso de los sueños, el dolor de los fracasos y la euforia de seguir intentando. El público percibe esa entrega total, esa valentía de exponerse sin red, y se deja arrastrar por un vaivén de emociones que van desde la risa liberadora hasta la incomodidad más punzante.
La calidad interpretativa es altísima: no hay personajes rígidos, sino seres humanos de carne y hueso que nos interpelan con su crudeza. Esa intensidad, esa energía a flor de piel, es la marca registrada de Rosca, y en La Audición alcanza una de sus cumbres más poderosas.
La trama se sumerge en la cruda realidad del oficio actoral: las esperanzas, las presiones, las provocaciones y las leyendas que circulan en los pasillos del teatro. A través de la historia de una actriz, la obra abre un portal a los entretelones del escenario, mostrando tanto la fragilidad como la resiliencia que habitan en quienes dedican su vida a este arte.
El público se mantiene en vilo, atrapado por la tensión de no saber qué ocurrirá a continuación. Hay momentos de humor corrosivo que alivian la carga, instantes de ternura que conmueven, y situaciones que incomodan por lo verosímiles, por lo cercanas. Esa montaña rusa emocional convierte la experiencia en algo impredecible y profundamente humano.
Las decisiones escénicas e interpretativas son magistrales: el ritmo, el uso del espacio, la tensión constante que nunca decae. El público sale conmovido, sorprendido, con la piel erizada. No es posible anticipar lo que sucederá en escena, y esa incertidumbre convierte la función en un acto irrepetible.
No daré demasiados detalles —porque esta es una obra que debe vivirse en carne propia—, pero basta decir que La Audición provoca un abanico completo de emociones: reír, llorar, temblar, excitarse, enojarse, recordar, anhelar, dudar y, sobre todo, esperar.
La Audición no es solo una celebración de los diez años de Rosca, es la confirmación de un camino de valentía, de experimentación y de fidelidad a un estilo que desafía lo establecido. Es, también, una promesa: la certeza de que lo mejor aún está por venir.
Felicitaciones al Grupo Rosca por esta década de innovación, por atreverse a incomodar y emocionar, por regalarnos una experiencia teatral que trasciende el escenario. La Audición es más que una obra: es un acto de resistencia, de amor al teatro y de revolución artística. ¡No se la pierdan!




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