El discurso que proponen no se formula necesariamente en palabras, sino en presencias. Hablan desde la gordura, el deseo, la memoria y el insulto; desde las marcas que cargan, desde las cicatrices que la sociedad imprime en los cuerpos que no encajan en sus moldes. Nos interpelan en los miedos que alguna vez callamos, en los rincones donde no hubo espacio para visibilizar ni fuerzas para defendernos. Cada movimiento, cada mirada, cada grito es un acto de resistencia, una declaración de existencia.
La música en vivo de Walo Falcón no acompaña como fondo: irrumpe, incendia, sacude. Se convierte en fuerza vital, en motor sonoro que amplifica lo que sucede en escena y lo que se enciende en cada espectador. Es vibración, es herida, es grito.
En medio de la función, alguien comentó: “Quieren romantizar el sobrepeso…”. Y aquí es donde la obra marca la diferencia. No se trata de romantizar —porque romantizar suaviza, endulza, atenúa—, sino de visibilizar. Visibilizar es encender la luz donde antes había silencio, es transformar lo que ha sido negado en discurso, en arte, en acto de resistencia. En esta performance, la luz es palabra y cuerpo, es acción política, es transformación.
Lo negro del roce en el cuerpo que habito no se queda en el impacto de una única función. Las propias intérpretes afirman que seguirá, que mutará, que se transformará en nuevas formas de habitar la escena. Y ojalá así sea. Porque necesitamos más de estos momentos en los que el teatro presta su espacio para que los cuerpos reales, deseantes, vivos y no normativos muestren la potencia de su poética. Momentos para recordar que la belleza del arte está en su capacidad de incomodar, de conmover y de abrir preguntas que antes parecían imposibles.
Esta performance es un gesto valiente, un acto de visibilidad y de amor propio convertido en poesía escénica. Una invitación a sentir, a pensar y a dejar que nuestros propios cuerpos también hablen.


Comentarios
Publicar un comentario