El primero fue Metamorfosis, de y con Agustín Patiño, bajo la dirección de Rosa Melgarejo. Una persona se enfrenta con una nueva escena del crimen, con una historia negada, con una muerte más que se suma a tantas, y con un pasado que vuelve cargado de dolor. La pregunta atraviesa todo: ¿qué pasaría si tenés que esconder lo que sentís para que no te maten? Entonces estallan las palabras, primero como susurro y después como grito; palabras que se vomitan, que se desgarran, que se suicidan en la desesperación de no poder nombrar lo que duele.
Sobre el escenario, un maletín, unos guantes, objetos aparentemente corrientes pero que en las manos de Patiño arden de significado. Cada gesto abre memorias: la tierra de Formosa, el sabor amargo de un pomelo con gusanos, la nevada insólita de 2007, la fascinación por el primer muñeco de nieve. Son recuerdos que se cargan de una ternura inicial para teñirse, de pronto, con el dolor de ser distinto, con el rechazo, con la culpa que nunca debió ser. Su voz y su cuerpo nos quiebran, nos atraviesan, y cuando termina, lo único que queda es la necesidad de abrazarlo. No quiero decir más: cuando vuelva a escena, hay que vivirlo sin spoilers, con el corazón abierto para sentirlo en carne propia. La segunda obra, Siniestro Erótico, escrita por Carina Noemberg, dirigida por Lucas García e interpretada por Florencia Castillo, irrumpe con otra temperatura, con otra cadencia. Aquí, una mujer harta de su rutina laboral decide emprender un nuevo camino, pero se enfrenta con una demanda judicial por un suceso inédito que coloca en el centro del debate la moral, el rol de la mujer y la sexualidad en nuestros días. Todo comienza con una mujer de negocios que dialoga con su médico, pero poco a poco las palabras se deslizan hacia un erotismo vibrante, cotidiano, tan presente en la vida como el café de la mañana, aunque aún incomode a muchos.Florencia Castillo se apropia del escenario con humor filoso y delicioso, y transita con naturalidad de la docente agotada por la burocracia a la mujer encendida que se permite el deseo. Cada transformación es un desafío al público, una invita
ción a derribar prejuicios, hasta llegar a un final que es una bofetada de lucidez: la reinvención femenina solo es posible arrancando de raíz las ataduras morales que limitan la libertad del cuerpo y del deseo.
Una obra me hizo llorar, la otra me arrancó carcajadas, y juntas me recordaron que el teatro es ese viaje único en el que, si uno se deja llevar, sale transformado. En RECREAR, lo íntimo se vuelve universal y lo cercano se convierte en revelación: dos latidos distintos, pero un mismo corazón palpitando en escena.



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