Mazover, en sus propias palabras, concibe la obra como una necesidad de dar voz a quienes ya no están, de rescatar del silencio a los desaparecidos y transformarlos en memoria viva. Etiopía es, entonces, un homenaje profundamente humano y político: un tributo a quienes lucharon por un futuro mejor, a quienes soñaron con un país más justo, un futuro que, como recuerda la autora, incluye también a su propia generación.
La puesta en escena es de una brillantez conmovedora. La tensión dramática se percibe desde los primeros instantes, y la estructura teatral —dos personajes en espera, suspendidos en un tiempo indefinido— se explota con maestría. El humor, sutil y necesario, aparece como respiro, mientras la ternura se entrelaza con el dolor, creando una experiencia compleja, rica en matices, que conmueve sin caer en solemnidades.
El trabajo corporal de Camila Banque y Ludmila Ferrigno merece un reconocimiento especial. Su transformación en muñecas es hipnótica: cada gesto, cada movimiento medido, transmite una carga emocional sorprendente. La precisión y la entrega con que encarnan a Brumaria y Germinal logran que el público olvide la artificiosidad de las muñecas para ver en ellas humanidad, vulnerabilidad y fuerza. El vestuario, diseñado con un cuidado impecable, no solo refuerza la caracterización, sino que también potencia la atmósfera poética de la obra.
La dirección de Lucas García vuelve a demostrar su madurez artística. Con una sensibilidad única, logra orquestar cada elemento teatral —actuaciones, espacio, iluminación, ritmo— en una sinfonía que conmueve y sacude al espectador. García entiende que el teatro no solo se mira: se siente, y Etiopía es una prueba contundente de ello.
Etiopía no se limita a narrar: invita a reflexionar. Nos enfrenta con preguntas necesarias sobre el pasado, nos obliga a repensar consignas y a valorar la importancia de la memoria como construcción colectiva. Es una obra que permanece mucho después de caer el telón, que abre diálogos y nos interpela como sociedad. Como bien señala Mazover, está dedicada a quienes murieron soñando con un futuro mejor, y en su representación vemos cómo ese futuro se enlaza con nuestro presente.En definitiva, Etiopía es un testimonio teatral imprescindible, una pieza que honra la memoria y la resistencia desde el arte, y que confirma el talento de todo su equipo. Una obra que emociona, que duele y que, sobre todo, nos recuerda la belleza y la potencia del teatro cuando se convierte en memoria viva. ¡Felicitaciones a todo el elenco, a Lucas García y a quienes hicieron posible esta experiencia conmovedora!


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