¡Ay, Dios mío! Todavía me tiemblan las manos mientras escribo estas líneas. Acabo de salir de la función de “Soy Una y Soy Mil” y siento cómo la emoción me atraviesa como una corriente eléctrica. Decidí escribir en caliente, sin filtrar, en la inmediatez del sentimiento, porque son precisamente las emociones el combustible que enciende mi escritura, y pocas veces he experimentado algo tan potente.
Esta obra es mucho más que teatro: es un homenaje, una oda vibrante al arte escénico en su estado más puro. Una invitación urgente, un guiño cómplice para que nadie se pierda la próxima función. Estar ahí, en ese espacio compartido, es entrar en un ritual, una experiencia que trasciende la simple representación y nos recuerda por qué el teatro sigue siendo imprescindible en nuestras vidas.
La actriz, Paula, creadora y protagonista, se alza como el corazón mismo de esta propuesta. Ha forjado su propia técnica, visceral, genuina, despojada de artificios. No interpreta: es. Se entrega con una honestidad brutal, regalando al público un sentir profundo y único, una huella de lo que quiere contar. Su actuación se convierte en un homenaje vivo a alguien que ya no está, pero cuya presencia se percibe intensamente a través de su mirada, de sus silencios, de su respiración. Esa ausencia, lejos de pesar, se vuelve un puente mágico que conecta a Paula con el público en una experiencia conmovedora.
La obra nos lleva de viaje hacia los inicios: aquel momento crucial en que alguien decide dedicar su vida al teatro. Nos conduce a través de las exigencias de la disciplina, la rigurosidad de las técnicas, las responsabilidades asumidas, los quiebres, los instantes decisivos... hasta llegar al adiós, la despedida inevitable. Para vivirla en plenitud hay que estar presente con todos los sentidos, abiertos a cada gesto, a cada palabra, a cada mirada. Paula nos invita a sumergirnos en su juego, a ser testigos de su proceso creativo, un camino que comenzó en 2020 y que, cinco años después, ha encontrado un brillo arrollador.
¡Paula! Qué naturalidad, qué entrega, qué verdad. Tiene esa magia indescriptible de arrastrarnos a su mundo y hacernos viajar con ella. El resultado son lágrimas, recuerdos que brotan, una conmoción inesperada que deja huella. No es casual que la figura de Alfonsina Storni se haga presente en la obra: Paula se convierte en poesía viva, en versos que se corporizan, en emoción que se despliega en cada movimiento.
La dirección, sutil y precisa, permite que todo fluya con la intensidad justa, y la música... ¡la música se adentra en la piel, atraviesa los poros y nos envuelve en una vibración única! Cada acorde refuerza lo que ocurre en escena, potenciando la experiencia hasta lo indecible.
Recomiendo esta obra con todo mi amor y mi gratitud. Qué hermoso es dejarse emocionar, recordar y volver a amar a través del teatro. Gracias, Paula, por esta experiencia inolvidable, por recordarnos que el teatro es vida, memoria y poesía en movimiento.

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