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MIRAR A LUCAS GARCÍA

Mirar teatro también es aprender a mirar a quienes hacen teatro. A quienes sostienen, con la respiración y la entrega, esa frontera vibrante entre lo cotidiano y lo extraordinario. Por eso hoy, por primera vez, la reseña deja de enfocarse en una obra para detenerse en un artista. Y en una persona que, sin pretenderlo, volvió a revivir en mi el deseo de estar en escena. Lucas García.

Hablar de Lucas es hablar de alguien que vive en el borde exacto entre el sueño y la acción. Un soñador disciplinado. Un apasionado del oficio, del entrenamiento, de la búsqueda. Un tipo que, desde muy joven, encontró en una platea de costado, mirando entre bambalinas cómo un actor se maquillaba apurado antes de volver a escena, la primera llamarada que después lo empujaría a estudiar, a enseñar, a dirigir, a no soltar nunca la teatralidad.
También es hablar del Lucas que mira a través de una lente: el fotógrafo que captura la respiración viva de las puestas en escena, congelando en imágenes la energía efímera del teatro.

Hay artistas que aman el teatro.
Y hay artistas para quienes el teatro les da forma al mundo.
Lucas pertenece a ese segundo grupo.

Años después de aquellos primeros destellos, se recibió de profesor de teatro, se sumergió en procesos exigentes, se perfeccionó como actor, se arrojó a puestas complejas, se dejó moldear por directores y técnicas diversas. Hoy cursa una maestría en teatro y, en paralelo, sigue abriendo espacios, generando movimiento, proponiendo futuro. Talleres como Explorar el Borde, o el más reciente Regionalizarte, donde todos coinciden en algo: cuando Lucas coordina, algo se enciende. Algo se ordena. Algo se expande.

Y dentro de ese impulso creador hay un capítulo fundamental: es el director de su propio grupo de teatro, Grupo Borde, un colectivo joven, inquieto, y fértil, que en poco tiempo ha comenzado a cosechar premios, reconocimientos y un respeto creciente dentro del circuito independiente. Borde no es solo un nombre: es una poética, un modo de pensar y habitar la escena que Lucas impulsa con convicción y sensibilidad.

En su trayectoria hay obras que estremecen, que sacudieron salas, que dejaron marcas en espectadores y colegas. Hay personajes construidos desde la vulnerabilidad, desde la furia o desde un humor al borde de la crudeza. Hay procesos de trabajo donde lo corporal, lo técnico, lo poético y lo visceral conviven como capas de un mismo cuerpo. Lucas entiende el teatro como un entrenamiento del alma, como un sitio donde uno se encuentra y se desarma, pero sin confundir jamás el arte con la terapia: su mirada es profesional, comprometida, respetuosa de la escena como lenguaje y como oficio.

Pero más allá del artista, del actor que ha sido dirigido por referentes, del director que crea mundos, del docente que forma pibxs y adultos con la misma intensidad, está la persona. El compañero atento, el que se preocupa, el que se ríe fuerte, el que no teme mostrarse, el que siempre está pensando en cómo mejorar, en cómo generar algo más grande que él.

Este año, lo conocí de otra forma: como maestro, como guía, como director, capaz de llevarte a un territorio que no era el mio, pero que resultó ser un hogar nuevo. Lucas me está devolviendo a escena con precisión, con exigencia, con mirada honesta y con esa obsesión hermosa que tienen quienes aman profundamente lo que hacen. Y eso ya habla de él más que cualquier listado de obras.

Hoy, mientras un nuevo estreno se acerca y la muestra teatral toma forma, Lucas vuelve a pararse donde más sentido encuentra su vida: frente a una obra en construcción, rodeado de actores, de dudas, de certezas fugaces, de luces ajustándose, de textos que respiran. Donde puede poner una obra en escena, Lucas se reconcilia con su propio propósito. Así lo dijo, así lo vive.

Mirarlo es entender que el teatro no es un lugar: es un modo de estar en el mundo.

Y en este presente, tan activo, tan fértil, tan lleno de puertas que se abren, mirar a Lucas García es mirar a un artista que sigue eligiendo el riesgo, el borde, el impulso… pero también la docencia, la dedicación y la ternura feroz del que cree que el teatro puede transformar algo, aunque sea un poquito, en quien lo atraviesa.

Porque Lucas no solo hace teatro.
Lucas hace que el teatro pase.






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